Antes de enfrascarme en la crónica, quisiera empezar por lo
que habitualmente se termina, los agradecimientos.
En primer lugar el agradecimiento más sentido, para nuestras
respectivas parejas. La de Mecánico de guardia e hija, la de Ventolines e hija
y la de Panadero. Que se tiraron las horas muertas de espera al sol sin otro
que hacer que vernos llegar. Ni los girys en la estafeta para ver el encierro.
En segundo lugar,
agradecimiento muy especial y saludo más que cordial para el agente comercial de
Chain Reaction que se volcó con los problemas que teníamos una Biker Valenciana con su freno delantero bloqueado. Y un servidor con su cadena dando
saltos cada vez que le daba potencia a la pedalada. Por suerte nos hospedábamos
en el mismo hotel que el equipo Chain y la verdad es que se portaron chapó.
En tercer lugar, fortísimo abrazo y un grandisimo saludo para Javi,
el amigo maño con el que compartí la subida después de haber reparado mi
cadena. El ritmo fue buenísimo y la compañía muy grata. Me sentí como en un
domingo cualquiera saliendo con los compañeros de fatigas, muy pero que muy
agusto.
Por último y como se suele decir no menos importante. A la
organización de la prueba, fue un despliegue de voluntarios y material. A cruz
roja, los patrocinadores, los colaboradores, al Gobierno de Aragón, La
diputación de Huesca y al Ayuntamiento de Sabiñánigo. Espero no haberme dejado
a nadie, si es así, lo siento y muchas gracias.
Se me olvidaba, también a los compañeros que me echaron un
cable cuando se me bloquearon los cuádriceps en aquella bajada eterna. Me
salvaron la vida, de no ser por ellos no acabo, mil gracias.
La mañana despierta estupenda, un clima muy bueno y una
temperatura ideal para montar en bici. Sabiñánigo amanece repleto de
velocípedos aunque sus habitantes están
más que acostumbrados, por esto lares la
cultura de la bici es algo fuera de lo normal.
Sobre las ocho y media acudimos al stand de Chain Reaction para que uno
de sus mecánicos me revise la bici. Recientemente he cambiado la cadena y al
darle potencia saltan algunos piñones. Malísimas noticias me da el ciudadano de
la Gran Bretaña en Ingles, claro que luego me traduce el compañero “la cadena
esta perfecta de tensión pero los platos están dañado y puede ser eso lo que
origine el tirón”. Resignado sigo calentando dando vueltas por el pueblo con el
amigo Ventolines esperando la ansiada salida. Nos vamos apilado todos como
podemos, los del campeonato de España primeros, los amaters detrás a la espera
de ver como los profesionales alzan el vuelo. Suena el silbato y se levanta una
polvareda como si fuera una estampida de búfalos. Los profesionales salen a
fuego desde el minuto uno, estos sí que no hacen prisioneros. A los dos o tres
escasos minutos nos dan la salida a los pobres mortales que todavía estamos
flipando con la salida profesional. El presentador del evento lo comenta “estos
se lo toman con más tranquilidad” Como
para no, sesenta kilómetros por delante y unas cuantas cuestas que no son tontería. Y a los pocos metros de empezar va la primera, aquí se hace la criba más
temprana y se aprecia que hay muchos de los participantes que no acabaran la
gesta. Seguida a la tachuelilla una bajada prominente y entramos de nuevo en el
pueblo. Un paseo triunfal antes de acabar, que ahora tenemos mejor aspecto y
anima unos cuantos aplausos para poner ritmo a la pedalada. Salimos de
Sabiñánigo dirección Yebra de Basa por
un largo tramo de carretera, como a un kilometro del pueblo empezamos a pisar
camino. Yebra es precioso, el típico pueblo oscense de casonas de piedra con un
encanto especial. Sus habitantes salen a recibirnos con vitores y aplausos que
nos alegran el alma y la pedalada. Falta nos va ha hacer porque en apenas dos kilómetros comienza ¡ LA SUBIDA¡
Comenzamos a subir agrupándonos según es el ritmo de pedalada. Más de uno va
regulando conocedor de que la cuesta es larga. A los cinco kilómetros de
comenzar la subida mi cadena se dobla y se abre. Como no podía utilizar el
plato mediano jugaba con el pequeño y los piñones y de tanto forzar, la cadena ha dicho basta.
Me armo de paciencia y la multi herramienta no sin antes haber liberado unos cuantos
improperios. Suelto el eslabón, ensamblo la cadena y ahora me permite llevar el
plato mediano con los piñones más altos, no es para tirar cohetes pero mi ritmo
puede aumentar. En cuanto subo en la
bici un amable biker se interesa por mi estado, le digo que está todo bien
dentro de lo que cabe. Prosigo el ascenso entablando una cordial conversación
con él y mientras más nos enfrascamos en la conversación más aumentamos el
ritmo y más agusto vamos. Marchamos pasando corredores entre las presentaciones
y las anécdotas de los grupos que respectivamente integramos en nuestras
localidades. Las cuestas se suceden como las escaleras del Corte Ingles, no se
acaba en la que vas cuando ya ves la que sube. Al llegar a una portalada Javi,
que es como se llama mi nuevo compañero, me dice que me adelante que está el
fotógrafo preparado para sacarnos la foto. Luego espero a que me alcance y me
relata cómo va a ser el final de la subida. Javi es de por aquí y ha podido
andar por estos terrenos antes que
nadie. Llegamos al avituallamiento y mi camarada decide quedarse a esperar a
sus amigos. Yo repongo líquido, un poco de fruta y a continuar con la subida
que ya queda poco. Después de la despedida con mi nuevo amigo prosigo sólo con
la aventura. Al amigo Ventolines lo he dejado hace algún kilometro, él como
buen diesel pone su ritmo y tira millas. Y con Mecánico de guardia he
coincidido en la subida, pero iba regulando sabiendo lo que todavía quedaba.
Llegando a la cima de la peña Oturia enlazo con cinco corredores y pasamos juntos
el tramo llano pero rompe ritmo que enlaza el final de la subida con el
descenso. Este tramo está lleno de baches, piedras sueltas, hondones de
charcos… en fin una delicia. Uno de los componentes del grupo comenta en voz
alta “!como para llevar coca cola por aquí¡”
Llegamos al descenso por fin, lo mejor que tiene andar en bici, moverse sin
dar pedales. Y una mier…. Al principio bien, pero luego la bajada se hace
agónica y exhausta. Para que os hagáis una idea la altitud que hemos subido en
unos quince kilómetros la bajamos en unos siete. Os podéis imaginar las
pendientes y no creáis que son pistas de grava, más bien caminos forestales y
trialeras llenas de piedras sueltas, tocones de pino, raíces… el terreno
mountain bike ideal para un campeonato.
Los corredores van con mucho cuidado, la pendiente es pronunciada y el
piso no es muy bueno. Voy pasando a prudentes corredores sin darme cuenta de
que mis cuádriceps se están sobre cargando debido a la tensión del descenso y a
la dureza de la subida. En una de las sendas, bajando una cuesta de vértigo,
encuentro un corredor con su máquina averiada, un reventón. Se echa hacia un
lado y paso como puedo. En pocos metros llega una curva de 180º en la que al
frenar el cuádriceps derecho me da un calambrazo terrible. El dolor es
fortísimo no puedo doblar la pierna, el compañero que acabo de pasar llega a mi
altura y me socorre soltando mi pie del pedal. En unos segundos llegan otros dos compañeros. Uno de ellos me dice
que me tire al suelo y me ayuda a doblar
la pierna, pero ahora tengo las dos piernas bloqueadas. Después de un rato en
el suelo mis improvisados fisios me incorporan justo cuando llega el médico con
una moto de trial. El matasanos (de forma cariñosa) me dice que contra los
calambres lo mejor es beber mucho agua, más abajo hay una ambulancia si me
encuentro ma,l que pare. Me bebo todo lo
que me quedaba en el Camel y sigo con la carrera. El descenso se ha terminado
ahora nos toca unos tramos de trialeras con subidas y bajadas, riscos,
barrancos…. más alegría para las piernas. Se vuelve a formar un pequeño grupo
esta vez de peregrinos, ya que nadie tiene fuerzas para subirse en la bici y
dar media pedalada. Solo cuando pillamos una cuesta abajo nos vamos
montando y tirándonos de uno en uno como
si saltáramos de un avión en paracaídas. Por fin llega unas cuantas bajadas
enlazadas y en una de ellas una voluntaria comenta seguramente por enésima vez
“cuidado con la bajada y en cinco minutos estáis en la carretera”. Fuero algo
más de cinco minutos y mas que una carretera era una pista de grava, pero
después de lo pasado no nos vamos a poner tiquis. Esta pista no lleva a una
preciosidad de pueblo llamado Oliván. Solo viendo sus calles empedradas y sus
típicas casas dan ganas de comprarse una de ellas, se respira paz, parece que no
existe el resto del mundo. Dejamos al
ilustre Labordeta con su mochila y seguimos adelante por otro trecho similar a
los anteriores, hoy vamos a desgastar mas bota que rueda.
Sedientos,
hambrientos y exhaustos llegamos a Oros Bajo donde encontramos un oasis en
forma de avituallamiento. Nos amontonamos unos cincuenta corredores devorando
fruta, orejones, dátiles, geles y frutos secos regados con bebida isotónica,
agua y coca cola. Entre comentarios varios sobre la dureza de la prueba muchos
se están planteando abandonar. Repongo
líquidos, relleno el Camel y sido adelante, pero ahora sólo. Parece que la idea de plantarse está
cuajando entre algún corredor. Enlazo tramos de asfalto y caminos de grava que
son falsos llanos y, de postre, el
viento me acaricia la cara con intensidad recordándome que está ahí. El gel y
los líquidos repuestos en el pasado avituallamiento cumplen su función y me aportar
el último suspiro de energía para poder llegar con un mínimo de dignidad a la
meta. Alcanzo a corredores que a duras penas se mantiene encima de la bici y
que a fuerza de coraje completan los metros que resta para el final. Es algo
admirable el tesón con el que estos corredores siguen subidos en sus monturas,
dando una pedalada tras otra solo por el mero hecho de acabar la prueba y tener
esa única satisfacción. Las fuerzas están al límite llego a un tramo asfaltado
y vislumbro el cartel de tres kilómetros a meta.Mi subconsciente sugiere que esto
ya tiene que ser fácil, solo tres kilómetros y asfalto, esto está chupado. Pero
la organización se guarda un as en la manga en forma de rio que hay que
remontar. Y así es amigos, bajo una pequeña cuesta que me lleva al cauce de un
rio y las dichosas flechitas azules indican que hay que remontar unos
setecientos metros. Si esta gente hubiese encontrado las puertas del infierno,
seguro que nos hace bajar. Una vez terminada la peripecia del remonte de
barrancos, enlazamos con el recorrido del campeonato. Los corredores que me
alcanzan van también bastante perjudicados. Con el segundo intento cogerle un
poco de rueda, ya hemos visto el cartel de último kilometro y hay que echar el
resto. Subimos un repecho bastante pico pero corto, aunque ya es lo de menos
después de todo quedan pocos metros para nuestra gloria particular. Enfilamos
la recta final, el tramo vallado, las gradas, el calor de la gente animando y
haciendo sonar los cencerros y lo mejor de la carrera, nuestros familiares con
su cara de alegría al vernos terminar la gesta.
Ha sido la carrera más dura que he corrido, más dura incluso
que la de Lerín que acabamos de barro hasta las cejas. Pero el año que viene
volveré, espero que más preparado, este año ya he escarmentado.